Donald Trump alzó la Biblia con su mano derecha y habló en tono solemne. “Tenemos un gran país, el mejor país del mundo”, dijo el presidente de Estados Unidos. “Y vamos a hacerlo aún mejor”.


La misma iglesia de St. John donde Trump pronunció esas palabras el lunes -conocida como “la iglesia de los presidentes” porque fue visitada por todos los mandatarios de EE.UU. desde James Madison, hace más de dos siglos- había sido incendiada parcialmente el día previo durante protestas contra el racismo.
Para que Trump pudiera llegar a ese templo frente a la Casa Blanca y posar con la Biblia ante las cámaras, la policía militar dispersó con gas lacrimógeno una protesta pacífica que había en la zona minutos antes.
Las manifestaciones por la muerte de George Floyd, un afroestadounidense que estaba bajo custodia policial en Minneapolis, se expandieron desde la última semana a más de 100 ciudades del país y en algunos casos derivaron en choques violentos con muertos, heridos, vandalismo y cientos de detenidos.
La mayor ola de turbulencia racial en EE.UU. desde el asesinato de Martin Luther King en 1968 se levanta en medio de una pandemia que ya ha matado más de 105.000 personas en el país, el más castigado por el coronavirus en todo el mundo, causando a la vez el peor colapso de su economía desde la Gran Depresión de 1929.
Frente a semejante tormenta, Trump provoca cada vez más críticas por sus actitudes agresivas y divisivas, no sólo de parte de rivales demócratas sino también de miembros de su propio Partido Republicano y hasta de líderes religiosos.
Parece claro que las protestas por la muerte de Floyd, calificada de homicidio en la autopsia oficial, no estaban dirigidas contra Trump desde el comienzo.
Pero en lugar de apaciguar las aguas, el presidente se lanzó a la polémica al acusar a los manifestantes de “terrorismo” o amenazar con el despliegue de militares si las autoridades estatales son incapaces de contener los disturbios.
“Rápidamente resolveré el problema por ellos”, dijo en un mensaje el lunes desde la Casa Blanca, tras reconocer la indignación por la muerte de Floyd.
También en el Congreso algunos republicanos se sumaron a las críticas de líderes demócratas a Trump por su respuesta a las protestas y su visita a la iglesia para las cámaras.
“No hay derecho a disturbios, a destruir la propiedad ajena”, sostuvo el senador republicano Ben Sasse en un comunicado oficial.
“Pero existe un derecho fundamental, un derecho constitucional, a protestar, y estoy en contra de despejar una protesta pacífica para una sesión de fotos que trate la palabra de Dios como un accesorio político”.
Pero, como en otras polémicas de Trump, buena parte de los senadores republicanos guardaron silencio o justificaron el accionar del presidente.
“Me alegra que el presidente liderara ayer yendo a la iglesia”, dijo el senador republicano Ted Cruz a la prensa.
Mitch McConnell, líder republicano del Senado, bloqueó un proyecto de resolución demócrata para condenar el uso de gas lacrimógeno contra manifestantes fuera de la Casa Blanca, al sostener que reflejaba una “obsesión miope con el presidente Trump” en vez de atender prioridades como “terminar los disturbios y avanzar en la justicia racial”.
El propio Trump se agradeció a sí mismo en un tuit, al señalar que en Washington y Minneapolis la situación estuvo controlada en la noche del lunes con la “fuerza abrumadora” de los uniformados: “¡gracias Presidente Trump!”, escribió en tercera persona.
Sin embargo, Trump fue criticado incluso por líderes religiosos como la obispo episcopal de Washington, Mariann Budde.
“Todo lo que ha dicho y hecho es inflamar la violencia”, dijo Budde sobre Trump en el diario The Washington Post. “Necesitamos liderazgo moral, y él ha hecho todo lo posible para dividirnos”.

Fuente informativa: BBC News