Temor hace que migrantes venezolanos eviten ir a Tulcán, Ibarra y Quito

El plan original de Jhon González era visitar a su tía en Quito. Quería quedarse unos días allí y luego seguir hacia Lima, la capital peruana, en donde le esperan su hermano, un trabajo y el anhelo de una vida mejor, lejos de su natal Venezuela. Sus proyectos se desvanecieron al cruzar el Puente Internacional de Rumichaca, en Carchi. Allí se enteró de que un compatriota suyo asesinó a Diana Carolina. Luego miró los videos de taxistas y turbas que golpeaban a personas llegadas de Venezuela. Entonces sintió miedo. Su tía le advirtió, por teléfono, que lo mejor era cruzar el país lo más rápido posible. “Pensaba que al llegar iba a encontrar gente enfurecida y que podían golpearme, pero hasta ahora todo ha estado tranquilo”. Pero Jhon compró un pasaje de bus directo a Huaquillas, en la frontera sur. “No quiero arriesgarme. Dicen que nos pueden coger esas brigadas”. Se refiere a los grupos para controlar la situación legal de los venezolanos en las calles, anunciadas por el presidente Lenín Moreno. Esas brigadas no se han activado aún en Tulcán, pero los venezolanos dicen experimentar temor al caminar por las calles de la urbe. Ampliar Este martes 22 de enero, los policías de Ecuador todavía no exigían el récord policial apostillado. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO “La gente nos mira feo”, dice Isandry Tobar, de 19 años. No puede contener las lágrimas cuando recuerda cómo ha sido su travesía. La joven viaja con su hija Sofía, de 2 años; su hermana Sinay, de 11; su prima Génesis Terán, de 20, y el bebé de su prima de año y medio. “Si nos quieren hacer daño nosotras no podemos correr, porque estamos con los niños…”. Su plan es cruzar el Ecuador hasta llegar a Perú, pero Isandry cuenta que en Colombia les robaron sus documentos y sus pertenencias. “Solo tenemos la ropa que llevamos y una maletita”; vuelve a llorar. Carga también unas zapatillas, con las suelas despegadas, producto de los 11 días que lleva caminado. En la terminal de buses de Tulcán trabaja el ecuatoriano Edison Casa. Se encarga de vender los boletos. Dice que desde el crimen de Diana la afluencia de venezolanos bajó y que “los buses que van para Ibarra y Quito salen vacíos”. Este martes 22 de enero del 2019, en la terminal había pocos venezolanos y la mayoría prefirió avanzar hacia ciudades de la Costa, como Portoviejo o Guayaquil, o ir directamente a la frontera sur. Freddy Alberto Justo, de 37 años, miró el video de la rueda de prensa del vicepresidente Otto Sonnenholzner el lunes, cuando estaba todavía en camino hacia Ecuador. Cuenta que la parte que más le asustó fue cuando el funcionario advertía que se iba a solicitar el pasado judicial apostillado para permitir el ingreso. “No solo que no tengo el papel, sino que a mí me pusieron cargos penales”, cuenta Freddy, un fotoperiodista. Confiesa que poco antes de llegar al Ecuador fue liberado de la cárcel. Estuvo 15 días detenido tras participar, en el 2018, en una protesta contra el régimen de Nicolás Maduro. Los cargos que le imputaron son atentar al orden público, obstrucción de vías, tenencia de material explosivo e incendiario y traición a la patria. “El juicio está activo en mi país, pero me vine porque no iba a esperar que me metan a la cárcel de nuevo. Allá cualquier opositor es enemigo”. Hasta este martes, en Migración del puente internacional aún no se exigía la presentación del pasado judicial. Lo único que informaban los funcionarios era que “no hay nada por escrito”. Grupos de venezolanos prefieren pasar la noche alrededor de las oficinas de Migración. Sin importar el frío de hasta 6 grados, el mayor temor es avanzar hacia Tulcán, Ibarra, Quito u otra ciudad cercana. Leibys Martínez, de 29 años, ha permanecido dos días en Rumichaca durmiendo en carpas junto a otros compatriotas. Él vive desde hace seis meses en Guaranda, pero volvió a la frontera para reencontrarse con su esposa y sus dos hijas. Su propósito es llevar a su familia a Guaranda, en donde trabaja como albañil y gana USD 20 al día. Pero dice que va a esperar hasta el jueves antes de viajar. “Solo hay que esperar que pase este mal momento”. La poca presencia de venezolanos en Tulcán también se siente en la Casa Hogar Jesús del Migrante. El refugio es administrado por la ecuatoriana Yolanda Montenegro. Cuenta que hasta antes del crimen de Diana llegaban a su casa alrededor de 130 personas al día, a quienes les daba una cama, un techo y les prestaba la cocina para que se preparen sus alimentos. Pero entre el domingo y el lunes han llegado solo 30. La puerta de la Casa Hogar está abollada y los vidrios de las ventanas fueron rotos. Yolanda dice que después del crimen de Diana llegó gente a golpear su puerta y a exigir que desaloje a los venezolanos. “Fue terrible, espantoso, sobre todo para los niños que lloraban. Todos estábamos asustados. Los niños no querían dormir durante toda la madrugada, fue angustiante”. Antes de los incidentes, los extranjeros hacían filas afuera de su casa para entrar y conseguir una cama. Ahora Yolanda cuenta que los pocos que llegan golpean la puerta y nerviosos le ruegan que abra pronto. “Está mal que los ecuatorianos se hayan ensañado contra todos los venezolanos que llegan a nuestro país; hay gente buena y mala en todo lado”. La mujer también recuerda que Jordi Rafael, quien apuñaló a Diana, se quedó en su casa tres días. “Se veía como un chico tranquilo, pero yo siempre digo que por uno no pueden pagar todos”.

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