Juego de tronos en Malasia tras abdicar su rey
Sólo dos años después de su proclamación, Mohamed V renuncia a la corona malaya para disfrutar de su matrimonio con una miss rusa que está embarazada
Abdica el rey de Malasia entre rumores sobre su boda con una antigua reina de la belleza rusa
Por si no se había desterrado aún del imaginario colectivo la idea de que los reyes no renuncian a la corona, este 2019 en el que se producirá la histórica abdicación del emperador de Japón ha comenzado con otro abandono del trono, en este caso totalmente inesperado. Mohamed Vha dejado de ser rey de Malasia apenas dos años después de su proclamación. Y, aunque no ha explicado qué le ha llevado a tomar semejante decisión, los medios locales vincularon de inmediato su abdicación con el hecho de que en noviembre contrajera matrimonio con la ex Miss Moscú Oksana Voevodina, una belleza de 25 años que en primavera abrazó el islam para poder casarse. La prensa difundió ayer que la pareja espera su primer hijo, retoño al que Mohamed V pretendería dedicar todo su tiempo por lo que habría renunciado a las pesadas tareas de gobierno.
La marcha del soberano malayo es un hecho insólito -no hay precedentes desde la independencia del país del Reino Unido en los años 50- y ha originado una crisis institucional que ahora todos los actores políticos se afanan en resolver en tiempo récord. Así, está previsto que la Conferencia de Gobernantes escoja el próximo 24 de enero al nuevo monarca, que juraría su cargo el último día del mes para acabar con un escenario de interinidad que en nada ayuda a la nación del sudeste asiático, zarandeada en los últimos tiempos por serias crisis políticas y casos muy graves de corrupción.
Malasia cuenta con un sistema exclusivo; se trata de la única monarquía constitucional rotatoria de todo el mundo. El país, una federación de 13 estados y tres territorios federales con más de 27 millones de habitantes, tiene al frente a un rey parlamentario que sólo ocupa el trono durante cinco años y que es elegido entre uno de los soberanos de los nueve sultanatos que integran la federación. El sistema de elección es secreto y está envuelto en tanto misterio como el de los cónclaves cardenalicios de los que sale cada nuevo Papa. A los sultanes no les auxilia la intermediación del Espíritu Santo, pero a la hora de la verdad suelen escoger casi siempre a aquel a quien corresponde el trono en función de un orden que quedó establecido con la constitución de la moderna Federación en 1963. Los problemas surgen cuando tienen lugar acontecimientos imprevistos como la actual abdicación o renuncias a aceptar el cetro como la protagonizada hace dos años por el mandatario de Johor, uno de los sultanatos más poderosos del país.
El sultán Iskandar -al que misteriosamente se le ofreció la corona sin que le tocara por el mencionado orden rotatorio- provocó un pequeño conflicto y con su negativa quiso poner en evidencia su rechazo a las enmiendas de la Constitución por las que, poco a poco, los reyes han ido perdiendo poderes efectivos, convirtiéndose en la práctica en jefes de Estado casi ceremoniales. Iskandar -y quizá otros de sus colegas- no está sin embargo de acuerdo en convertirse en un mandatario decorativo. Y lleva tiempo maniobrando para que los reyes recuperen antiguas prerrogativas como la del derecho de veto ante determinadas leyes.
Tampoco fue del agrado del sultán de Johor que una reforma de la Carta Magna acabara con la inmunidad total de la que históricamente gozaban los miembros de las familias reales malayas. Hoy al primer ministro le gusta repetir que nadie, ni siquiera los sultanes, está por encima de la ley, si bien se mantienen draconianas normas en materias como el de la libertad de expresión que castigan duramente los insultos y ofensas a las familias reales del país.
Malasia es un importante foco económico del sureste asiático que crecerá un 4,7% en 2019, según el Banco Mundial. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el país ha gozado de una envidiable estabilidad. Sin embargo, el año pasado varios acontecimientos demostraron la hipertensión de las costuras del sistema institucional. En las elecciones de mayo, una coalición opositora -liderada por el actual primer ministro, de 92 años, que en el pasado ya había ocupado este cargo- se impuso en las urnas al partido hegemónico desde hace décadas. La razón del cambio fue el hartazgo de la población con la corrupción imperante, una de las grandes lacras del país. El derrocado ex primer ministro Najib Razak está envuelto en un monumental escándalo, acusado de un desvío a sus cuentas bancarias de 681 millones de dólares de un fondo estatal.
La abdicación del rey y la necesidad de sustituirle de forma apremiante no hacen sino añadir incertidumbre a la situación política. Se baraja como posible sustituto de Mohamed V al sultán de Pahang, Ahmad Shah, el primero en la línea rotatoria antes mencionada. El problema es que son incesantes los rumores de su mala salud, algo que podría apartarle del camino al trono. El otro mejor situado para coronarse es el citado sultán de Johor. Pero la prensa local no ha tardado en destacar su mala relación con el actual ‘premier’, quien promovió en su día algunas de las enmiendas que restaron poderes a los reyes. El juego de tronos está asegurado.
El monarca de Malasia, además de ser jefe de las Fuerzas Armadas, es un imprescindible muñidor de gobiernos por la alta fragmentación parlamentaria. Y, aunque es el guía simbólico del islam en el país, tiene un rol clave como garante de la libertad religiosa, algo fundamental en una nación que trata de prevenir un desafío global como el radicalismo.
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