El desmoronamiento de la imagen de Arabia Saudí y el príncipe heredero

El grotesco asesinato de Jamal Khashoggi, un periodista crítico con el Gobierno saudí, en Turquía hizo que la imagen del reino y del príncipe heredero, Mohamed Bin Salman, se desmoronara internacionalmente en un inesperado giro en la situación de Oriente Medio. Lo que durante años no pudieron lograr las recurrentes denuncias de organismos de derechos humanos, un conflicto en Yemén que mantiene a 8 millones de personas al borde de la hambruna o las acusaciones de supuesto respaldo a grupos yihadistas, lo logró la muerte de un hombre: poner el dedo acusador sobre Arabia Saudí. El 2 de octubre Khashoggi, un crítico moderado conocido en Estados Unidos por sus contribuciones en The Washington Post entraba en el consulado saudí en Estambul para no salir nunca más. Ese día acabó el pulso entre quienes defendían que en Arabia Saudí había un proceso de reformas que había puesto a las mujeres al volante de los autos y quienes recordaban que las mismas activistas que durante años habían reclamado ese derecho estaban en la cárcel. Tras semanas asegurando primero que Khashoggi se había marchado por su pie, después que no estaba en el consulado y más tarde que no tenían nada que ver en su desaparición, las autoridades saudíes terminaron reconociendo su muerte, accidental primero, intencional después y cruel más tarde. Las autoridades turcas filtraron detalles escabrosos de la muerte de Khashoggi, cuyo cuerpo no ha aparecido. El escándalo horrorizó al mundo. Grandes figuras de la economía desde el presidente del Banco Mundial, a la directora del Fondo Monetario Internacional pasando por ejecutivos de multinacionales y ministros de Gobiernos de medio mundo boicotearon el Future Investment Initiative, el denominado ‘Davos del Desierto’. El principal foro de negocios saudí que hace un año concitaba la atención del universo de los negocios quedó reducido a un plató sin más interés que lo que tenía que decir Bin Salman sobre Khashoggi, que fue poco y limitado a condenar “el crimen”. La Fiscalía saudí cerró la investigación del asesinato acusando a 11 personas, cinco de las cuales se enfrentan a una petición de pena de muerte, y eximiendo de responsabilidad al príncipe saudí. Para muchos el caso Khashoggi ha sido una prueba también para los países occidentales con Estados Unidos a la cabeza, que han preferido abiertamente mantener la alianza con Arabia Saudí antes de poner en riesgo los negocios con el principal productor de crudo del mundo. “Quizá lo hizo, y quizá no”, dijo el presidente estadounidense Dondal Trump el 20 de noviembre dando carpetazo a la pregunta de si el príncipe heredero había estado involucrado en un caso, en el que empezó asegurando que exigiría castigos y en el que terminó justificando la falta de acción por la necesidad de proteger la economía mundial. El paso de las semanas no ha hecho sin embargo aminorar la presión sobre el príncipe heredero, señalado como responsable del crimen por varios senadores estadounidenses. Su paso por el G20 de Argentina, donde pasó minutos eternos sin que nadie le saludara antes de la tradicional foto de familia y chocó la mano de forma jubilosa con el presidente ruso, Vladimir Putin, corroboró la difícil situación del tradicionalmente principal aliado de Washington en la región. También su relación con Canadá se deterioró con una crisis abierta por la exigencia de Ottawa de que los saudíes detuvieran a activistas de derechos humanos. La presión contra los defensores de los derechos humanos ha crecido a lo largo del año con decenas de detenciones en Arabia Saudí, aunque su trabajo fue reconocido con un Nobel Alternativo para los activistas Abdulá al Hamid, Mohamed Fahad al Qahtani y Waleed Abu al Jair, los tres encarcelados. En este contexto, la presión internacional aumentó para poner fin a la guerra en Yemen, un país devastado con la peor crisis humanitaria del planeta, según Naciones Unidas, y donde Arabia Saudí interviene en favor del presidente Abdo Rabu Mansur Hadi. Los rebeldes hutíes y el Gobierno de Hadi finalmente encontraron espacio para unas conversaciones de paz en Suecia que han abierto una endeble tregua. También Arabia Saudí rebajó su tono con Catar, contra el que mantiene un bloqueo económico y político desde el año pasado, pero al que invitó en el último momento de 2018 al Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), del que había quedado suspendido.  

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