Cincuenta árboles deleitan a los chupamangos

Los frutos representativos de la ciudad están en su máximo apogeo y además gratis en un pequeño sector cargado de mangos de “miguelillo”, “chupo”, “tajada” y más variedades que deleitan a grandes y chicos.
El paradisíaco lugar está cercano a los predios del parque La Rotonda. Precisamente cerca de lo que era el complejo de la Universidad Técnica de Manabí, a un costado de la calle Joaquín Ramírez.
En ese lugar hay más de cincuenta árboles de mangos que nadie sabe de dónde salieron ni cómo se mantienen allí con buena salud, pero que todos llegan a buscar en estas épocas.
Los primeros en arribar son las familias vecinas del sector, que cuando cae el sol llegan armadas con una palanquita o caña larga con los cuales hincan los frutos maduros y van recolectando, dice Mariela Cevallos, quien junto a su hija se da a la tarea de recoger unos cuantos mangos, los cuales consumen allí mismo, frescos y deliciosos.
Luego se van sumando los estudiantes universitarios, ya sea en grupos o en parejas de enamorados, caminan un buen rato por la fresca zona y luego de jurarse amor eterno, el novio se dedica a tumbar mangos como una demostración de cariño a su amada. El sabroso mango les permite dulcificar el momento.
Otro segmento que llega son los niños que practican en las escuelas de fútbol del complejo deportivo, quienes después de quemar calorías en la cancha se recomponen con un jugoso mango. Cleyton Ramírez menciona que le gustaban los pintones y con sus padres llega en su búsqueda.
Facilidad. Las personas tienen dos maneras de abastecerse de los frutos, una es recogiendo los que ya han caído y la segunda es utilizando una palanca con los cuales les pegan y caen. Sin embargo, esa práctica es restringida por los guardias del lugar, que recomiendan a los usuarios conseguir solo los necesarios y no permiten “garrotearlos” para que el árbol no se destruya.
En realidad nadie sube a los árboles y todos tratan de cogerlos con las palancas.
Una persona toma entre dos y tres frutos y luego se va, pues no se permite llevar cargamentos a casa, ni tampoco su venta.
Sus sembradores. Una persona que cada año llega a recolectar mangos por esta época es Freddy Sornoza. Él siente una doble satisfacción al disfrutar del tropical sabor de los frutos, pues fue uno de los que sembró el bosque y ahora observa orgulloso cómo le sirve a los ciudadanos y al medio ambiente.
Cuenta que en 1999 un grupo de estudiantes del colegio Pablo Zamora, que estaban en el último año de la graduación, no aceptó hacer la premilitar, una modalidad que se exigía en aquel tiempo previo a que les otorgaran el título de bachiller, y entonces pidieron una opción más práctica y sobre todo ambiental, lo cual fue aceptado por las autoridades y los alumnos escogieron sembrar plantitas de mangos en ese lugar, que era un terreno inmenso, casi desértico, que más se utilizaba para hacer deportes.
Agrega que cada año veía con emoción cómo las plantitas iban creciendo hasta ahora, que son frondosos árboles que dan frutos.
Dice que se siente orgullo y hasta como dueño de la enorme finca que es un símbolo de la ciudad, indica. Por eso llega con sus familiares a recoger el fruto que una vez sembró.
Las personas arriban de diversos sectores de la ciudad para confirmar su fascinación por esta fruta y ratificar que son los propios chupamangos.
EL DIARIO